August 08, 2010

Atlas del destierro


A pesar de lo que sugiera su nombre, el norte no es una región geográfica. Tampoco es una orientación respecto a ningún lugar. Y por vaga que parezca su delimitación, el norte es en realidad un punto rojo, exacto y bien delineado, superpuesto en el mapa de este pueblo o de cualquiera, aclarando, por si hace falta: “usted no está aquí”.

El norte tiene la forma de esta casa abandonada, o de aquella otra en obra negra que dejaron de construir porque el señor, de quien nadie sabe hace varios meses, ya no pudo mandar más dinero. El norte es la viudez sin luto y la orfandad de facto, un sustituto de la muerte: -Mi papá está en el norte- A los cuatro años Alexis no cree necesario explicar por qué se fue su padre, sino por qué su mamá sigue en el pueblo: -Mi mamá se quedó porque tiene que hacernos de comer.

Como toda ausencia, el norte tiene dos caras: es el hueco que dejan los que se van y el que no saben llenar los que regresan. Adolfo volvió hace tres meses, después de vivir ventitrés años en Oregon. Una falta de tránsito lo volcó a un exilio del revés: –La verdad sí andaba un poco tomado- confiesa. Quiso la ironía de la vida que ahora se gane un salario manejando la combi que va del pueblo a la cabecera municipal. Tiene treinta años y ningún amigo en con quien tomarse una cerveza –Yo nací aquí, pero ya no conozco a nadie. 

Cuando hay suerte, el norte se parece a una llamada telefónica el domingo por la noche, o a una fila de rebozos azules afuera de Western Union los viernes por la tarde. El resto de la semana el norte es un caserío silencioso. En una banca de cemento hay una pinta equivocada: “Wet back power”. Por marejadas el norte se lleva hombres y mujeres de todos sitios y los devuelve a ningún lado. Porque al norte nunca se llega y del norte nunca se sale: el norte es un punto fuera de todo lugar.