April 07, 2010

El peor enemigo del hombre y mejor amigo del perro

Nunca me gustaron los niños. Ni siquiera cuando fui uno de ellos. O quizás porque nunca quise ser como ellos, me perdí de esa infancia que algunos llaman tesoro.

El mundo de los niños siempre me pareció hostil, pero sobre todo inexistente. Ser niño es ser un visitante mal recibido en un mundo ajeno que nos queda grande. Si hubiera llevado el registro de las oraciones que más usé durante mi infancia, la más frecuente debió ser "No alcanzo". No podía mirar por la ventana, no podía tomar un plato de la alacena, no me llegaban los pies al suelo, no podía ver, oír ni tocar, porque el mundo físico me estaba vedado: todo estaba un metro más arriba o mas abajo de donde llegaban mis extremidades. Irónicamente, la frase que más escuché durante esos años fue "Lo vas a romper".

Los otros niños, esos alienados sin conciencia de clase, no son colegas sino verdugos. Sacan la frustración de su rechazo social contra quien pueden, y sólo pueden contra otros niños. Esta crueldad es siempre menospreciada por los adultos, que no creen que un niño le pueda hacer a otro tanto mal. De ahí que el cuidado de muchos niños sea confiado muchas veces a sus hermanos, que es la peor de las mercedes. Los niños son objeto del abuso de sus iguales y la indiferencia de sus protectores.

En mis tiempos los niños estaban en la misma categoría ontológica que el perro, y el perro en ese entonces no era la esponjosa criatura quimérica envuelta en talco y perfume que es ahora, sino el objeto más próximo a ser pateado, vituperado y corrido del comedor a gritos. También existía la creencia skinneriana según la cual los niños y los perros son las dos únicas especies de animales que sólo aprenden a golpes (nadie ha visto, por ejemplo, a una ballena educar a punta de aletazos a sus ballenatos). El reconocimiento de los derechos civiles de los niños -de cuya existencia ni los niños ni los perros han tenido jamás noticia- a mediados de los ochentas acaso estaría viendo sus albores en algún país nórdico ultradesarrollado, pero no en el mío. 

Las cosas han cambiado. Al menos en mi país, los niños ya no son considerados seres inferiores indefensos, incapaces e inútiles. Ahora se les reconoce como lo que son: sujetos de alta peligrosidad y con potencialidad ilimitada para echar a perder la vida de los adultos. El gobierno federal ha emprendido la batalla contra esa especie alienígena que vive en nuestro mundo sin permiso. Se envían comandos armados para masacrarlos durante sus festejos dionisiacos, o para abrir fuego contra ellos  en plena carretera cuando regresan de recibir sus mal llamadas "becas" que, como sabemos, es dinero de los contribuyentes que los niños cobran por holgazanear. Una horda de nobles curas católicos se esmera en exorcizar a la especie haciéndoles entrar el catecismo por la fuerza. En esta labor los religiosos son avalados por el Papa y secundados por empresarios y políticos, que han diseñado proyectos para incorporar a esos parásitos sociales a la actividad más productiva del entretenimiento doméstico y han creado un vasto programa de microchangarros de distribución de sustancias recreativas. También se suspendieron los subsidios para esos centros de sedición social llamados "escuelas". El Estado alienta el exterminio de este grupo improductivo garantizando la protección, impunidad y, de ser posible, la condecoración de quienes logren asfixiar, quemar, intoxicar, o de alguna otra manera coadyuve a eliminar el excedente de la población infantil- más aún si se trata de menores discapacitados, costosos para el estado y para sus familias, y que no reditúan ningún beneficio ni a corto ni a largo plazo.

Como si la infancia no fuera ya por sí misma suficientemente agobiante, en mi país para quitarle un dulce a un niño se utiliza toda la fuerza del Estado. Quisiera pensar que, más que una campaña de terror, se trata de que, como dije, los niños se desquitan con quien pueden, y nuestro paticorto gobierno federal solamente puede desquitar la frustración de su debilidad política contra la gente de su mismo tamaño.


 (Brillante, Hernández!  www.monerohernandez.com)